La Importancia de Sanar tu Niño Interno

El niño interior aparece frecuentemente en la Sanación como uno de los factores que puede originar ciertos problemas o dificultades. Te invitamos a saber qué es y cómo podemos conectarnos con él/ella para sanarlo/a.

Probablemente más de alguna vez has escuchado hablar del “niño interno”; puede que tengas alguna noción de lo que significa, que no sepas nada acerca de él/ella o que pienses que se trata de un concepto muy etéreo y/o difícil de entender. En esta columna te explicaremos de qué se trata y cómo puedes comenzar a conectarte con él/ella para sanarlo/a.

Lo primero que es necesario aclarar es que “el niño interno” no es una entidad física que podamos encontrar en alguna parte de nosotros mismos, sino más bien se trata de una especie de “esencia” enraizada en lo más profundo de nuestro ser, que se conforma a partir de las experiencias significativas (“positivas” y “negativas”) vividas en nuestra infancia y adolescencia, y que nos acompaña durante toda la vida.

En la infancia los recursos emocionales y mentales son muchísimo más limitados que los que tenemos en la adultez. Los niños son frágiles y vulnerables, pues dependen absolutamente de los adultos que los tienen a su cargo. Funcionan como verdaderas esponjas, absorbiendo experiencias sin mucho más cuestionamiento que el que los padres o cuidadores permiten o favorecen, por lo que todo lo que les sucede penetra sin filtros y queda grabado en la memoria, configurando así la gama de emociones y pensamientos nucleares.

Por lo tanto, si nuestros padres fueron protectores, se vinculaban sanamente con nosotros y favorecían una expresión emocional adecuada, la mayor parte de nuestras emociones nucleares y los primeros pensamientos acerca de nosotros mismos y del mundo deben haber sido positivos; tuvimos una buena autoestima, vínculos primarios sanos y nos sentíamos principalmente amados, seguros y protegidos. Si, por el contrario, fuimos desde pequeños, víctimas de violencia, de críticas destructivas o no tuvimos padres que modelaran adecuadamente nuestras emociones, tal vez fuimos niños que vivimos asustados, con una visión negativa acerca de nosotros mismos, con sensación de ineficacia, de ser poco queridos y/o inadecuados.

Cabe señalar que no existe la infancia perfecta; incluso si resulta ser tan positiva como la primera que describimos en el párrafo anterior, es posible asegurar que de todos modos hubo episodios en los que nos asustamos, nos entristecimos, nos ignoraron, nos criticaron, nos frustraron o nos hicieron sentir poco valorados. Estos eventos son los que llamamos “interruptores” pues interrumpen (valga la redundancia) la estabilidad emocional del niño.

Es fundamental aclarar en este punto que, como padres, no podemos evitar frustrar a nuestros hijos algunas veces. Resulta necesario poner límites para prepararlos para sus relaciones posteriores, pero es importante hacerlo con amor y con cuidado, teniendo en cuenta su fragilidad.

Los eventos interruptores, por tanto, son inevitables y se configuran como verdaderos traumas que quedan impresos en nuestro inconsciente. Son traumas desde el punto de vista del niño o adolescente, pues él/ella es quien le atribuye ese significado. A ojos de otras personas el evento interruptor podría no observarse como traumático, sin embargo, para el individuo en desarrollo marca un antes y un después.

Estos traumas constituyen la base desde la cual evaluaremos nuestras siguientes experiencias. Nos acompañarán en las siguientes etapas de nuestra vida, muchas veces con muy pocas modificaciones. Ellos generan programas emocionales destructivos y autodestructivos y, en algunas ocasiones, también pueden originar programas mentales (pensamientos o creencias) con las mismas características. Ambos tipos de programas conducen y modelan nuestra forma de experimentar y dar significado a las experiencias.

Es así como, si un niño es víctima de una “pequeña humillación” (pequeña a los ojos de un adulto) por ejemplo; una burla y risas tras una equivocación, el niño puede vivir esta situación como altamente vergonzosa, con pudor y culpa. Este solo evento, puede generar un trauma con emociones destructivas y autodestructivas asociadas, desde el cual va a experimentar cualquier situación futura de equivocación o en la que haya burlas, con las mismas emociones que vivió en esa primera ocasión. Si se trata de algo reiterativo o si el episodio fue demasiado intenso, puede asociarse a este programa emocional, un programa mental de características similares, es decir, un grupo de pensamientos acerca de sí mismo y/o del mundo, relacionados con tal situación; como por ejemplo “soy tonto”, “soy incapaz de hacer las cosas bien”, “no puedo” o “si me equivoco se van a reír de mí”, “no puedo equivocarme”, “debo hacer las cosas a la perfección”, etc., restringiendo sus capacidades de explorar libremente sus límites, cometer errores y enmendarlos.

Esto continúa en la adolescencia, etapa del ciclo vital en el que estamos en exceso sensibles y muy vulnerables también en la relación con otros, ampliándose el rango de programas emocionales asociados a los eventos interruptores y/o agudizándose las tendencias que ya fueron generándose en la infancia. Es así, como los eventos, los programas emocionales y mentales van quedando en nuestra memoria y sentando las bases para la conformación de nuestra identidad adulta.

Entendemos entonces que, desde nuestra vulnerabilidad infantil pudimos habernos sentido heridos y limitados en incontables ocasiones y, para bien o para mal, muchas de esas heridas continúan estando presentes en la adultez, determinando un cúmulo de emociones, pensamientos y predisposiciones a la acción que se gatillan a partir de un hecho concreto que tiene un significado muy particular para cada persona. Es primordial comprender este punto, pues nos explica por qué un mismo hecho puede generar vergüenza en una persona, rabia en otra y risa en una tercera, pues todos tenemos un background diferente de experiencias ligadas a cada situación dependiendo del significado que le hayamos atribuido.

Desde esta perspectiva, podemos inferir entonces, que cuando reaccionamos en forma exagerada o incomprensible, probablemente es nuestro niño interno el que está expresando su trauma a través del adulto. Éste es claramente uno de los riesgos de no reconocer a nuestro niño interior, pues si se mantiene en la penumbra del inconsciente, tenderá a salir de manera impulsiva o automática, sin que medie razonamiento alguno.

Otro riesgo bastante importante de mantener a nuestro niño interno con sus heridas intactas, es que éste puede bloquear nuestra capacidad de co-crear a través de las creencias limitantes que tiene asociadas a su miedo, rabia, tristeza, etc.; como por ejemplo “yo no merezco ser feliz”, “no soy capaz”, “es imposible que lo logre”, “no soy suficientemente bueno/a”, etc.

Para que esto deje de ser una limitación para alcanzar aquello que deseamos de todo corazón, debemos sanar a nuestro niño interno. Existen muchas formas de hacerlo, podemos conectarnos con él/ella a través de la imaginería, imaginándonos que nos encontramos con nosotros mismos a cierta edad y tomándolo con cariño y aceptación, prodigándole la seguridad, el afecto, la atención y la confirmación que necesita, comprometiéndonos a darle un espacio y cuidarlo y, por supuesto, cumpliendo con ese compromiso. Podemos poner fotos de nosotros mismos en la infancia y conectarnos con ellas diciéndonos cosas lindas y que nos hubiera gustado escuchar a esa edad, imaginarnos haciendo con ese niño o niña cosas que nos gustaba hacer de pequeños. Y existen claramente más formas de hacerlo.

Todas estas técnicas son de utilidad para sanar a nuestro niño interior y, desde Alama las utilizamos, sin embargo, podemos hacer un camino más corto y sencillo a través de intervenciones de Terapia Alama, transmutando los programas emocionales y mentales destructivos y autodestructivos y todos los eventos interruptores que ese niño vivió y que pueden estar incidiendo en un problema en particular o que limitan la capacidad de co-crear la realidad que queremos. El niño interno frecuentemente aparece en Terapia como uno de los factores que originan ciertos conflictos o problemáticas, ya sean de índole emocional, mental o físico.

Te invitamos a conectarte con tu niño/a interior, a escuchar lo que tiene que decirte, a identificar aquellas reacciones automáticas, pensamientos y sentimientos recurrentes relacionados con ciertas situaciones para saber qué es lo que debe ser sanado.

Te recomendamos también ver la película Intensamente a la luz de este nuevo conocimiento, de seguro será toda una experiencia.

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